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Recknor
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Recknor, el implacable. Recknor llegó a la fronteriza ciudad de Varenheim y pronto se convirtió en el herrero mayor del condado. Su presencia cada vez más demandada en la capital, le obligaba a pasar largas temporadas lejos de su familia.
Cuando Varenheim fue sitiada, Recknor suplicó a su señor que liberase la ciudad para salvar a los suyos. El Duque no faltó a su obligación, pero se demoró demasiado tomando precauciones y fue tarde para muchos de sus habitantes incluida la familia de Recknor.
Al enterarse, se armó y se abrió camino a la fuerza desde la forja hasta la sala del trono matando a quien se le opuso hasta acabar con la vida del duque. “Era solo cuestión de coger las armas y luchar, mi señor”.
Desgraciadamente, nadie quedaba vivo para aprender la lección.
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Recknor, el Implacable.
Los pueblos y ciudades de las comarcas en guerra suelen ser las primeras víctimas cuando el acero habla, pero para un herrero son un destino tan peligroso como lucrativo. Recknor llegó a la frontera con su familia en busca de un futuro mejor, alejándose de la hambruna que había dejado el último invierno en las zonas del norte. Se instalaron en la ciudad de Varenheim y pronto sus habilidades llegaron a oídos del señor feudal de aquella comarca. Con el tiempo, la guerra se recrudeció y la presencia de Recknor era más frecuente en la capital, manteniendo y ampliando el arsenal del señor y sus abanderados, pasando largas temporadas lejos de Varenheim y su familia.
En cierto punto de la guerra, la propia ciudad de Varenheim fue sitiada por el enemigo. Recknor suplicó a su señor que mandase sus tropas a liberar la ciudad y que él mismo las encabezaría si era necesario. El señor, con tono serio, pero no carente de ironía, le dijo: “Espero no estar tan falto de generales como para mandar mis huestes a seguir a un herrero”. A lo que Recknor respondió: “Os prometo, mi señor, que, si le pasa algo a mi familia por la inacción de esos generales, su ejército no tendrá a quién seguir”. Y dando media vuelta volvió a la forja con la cabeza baja.El Duque no faltó a su obligación y envió un ejército para romper el sitio y socorrer a la ciudad de Valenheim. Al frente, y quien sabe si por la conversación que había tenido con Recknor, quiso poner a sus dos mejores generales: Lord Greaves y Lord Hardegaan, aunque este último tardó 3 días en regresar de una misión y el contingente salió con una semana de retraso para desesperación de Recknor.
La ciudad finalmente pudo ser liberada, pero las bajas civiles fueron muy altas ya que el enemigo, alertado por la inminente llegada del ejército de Greaves y Hardegaan, redobló los asaltos para intentar capturar la ciudad sometiéndola a un infierno con sus máquinas de asedio.Cuando el ejército regresó a la capital, se informó a Recknor mediante una breve nota de que su familia había muerto en un incendio que asoló el barrio en el que se encontraban. Recknor, que se encontraba trabajando en la forja, asió una pluma y escribió un breve mensaje. Lo entregó al mensajero pidiendo que se lo entregara de vuelta a su señor. Muy lentamente contempló la forja que estaba medio vacía salvo por un par de espadas, un escudo de madera y trozos de una armadura que estaba reparando. Comenzó a armarse con lo que había mientras un creciente alboroto en los pisos superiores se acercaba.
Recknor ya estaba preparado cuando el primer soldado comenzó a bajar el último tramo de escalera. Lo derribó de un golpe y fue a por el siguiente. Luchó todo el camino de subida a la torre despachando a los soldados que se le oponían. La angosta escalera de caracol anulaba la ventaja de número de la guardia. Un número ya de por si bajo ya que la mayoría de los soldados se encontraban celebrando la liberación de Valenheim en las tabernas de la ciudad. Cuando llegó a la torre, su señor, junto a Greaves y Hardegaan, lo esperaban con una mezcla de miedo y sorpresa. Greaves se acercó desarmado para hablar con él, a lo que Recknor respondió con un golpe que le partió el cráneo. Sin tiempo de respuesta giró sobre sí mismo para abatir a su señor y Hardegaan con sendos tajos. Una vez que todos sus adversarios se encontraban en el suelo moribundos y sin posibilidad ninguna de levantarse, se dirigió a su señor por última vez. “Espero que eso os haya enseñado que una vez se ha tomado la determinación de hacer algo, no debe prolongarse su ejecución en el tiempo”.
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